20120320

Número 2: "Pole Position"

(En el Segundo Cuatrimestre de la carrera de Periodismo que curso actualmente estudio una asignatura llamada La Escritura Narrativa. En dicha asignatura, todas las semanas tenemos que enfrentarnos a la creación de un nuevo texto, según a unas pautas que nos de la profesora. Desde hoy, subiré aquí todas las prácticas que vaya haciendo semana a semana. Sentíos libres de destripar a gusto.)




La primera tanda de luces del semáforo aún se encontraba encendida. Las luces rojas hacían de mudos testigos de lo que estaba a punto de suceder. Los motores encendidos rugían y desde las gradas la multitud gritaba enloquecida el nombre de sus ídolos. Las olas de calor se elevaban desde el asfalto distorsionando la visión. Una gota de sudor se empezaba a deslizar desde la frente de John McAdams. Poco a poco empezaría a dibujar su recorrido, lentamente, en dirección a su ceja izquierda desde donde discurriría hacia sus pestañas para, finalmente, golpear implacablemente bajo el ojo. Podría incluso llegar a entorpecerle la visión, iniciando un involuntario parpadeo que terminaría con la existencia de la viajera gota. Y que también podría terminar, en apenas un instante, con la carrera de forma abrupta. Una distracción de milésimas de segundos que podría significar la diferencia entre la victoria o el fracaso más absoluto. Pero John se hallaba ajeno al lento discurrir de la solitaria gota de sudor.

Se había estado preparando para este momento durante los últimos catorce años. Desde que se subiera por primera vez, a los siete años, a un coche de competición, espoleado por la ambición de su padre. Había crecido viendo a Fitipaldi, a Senna, a tantos otros ases de la carretera que habían pasado sus vidas, algunos incluso se la habían dejado, en la pista. Había estado entrenando sin parar, veinticuatro horas al día, siete días a la semana, sin apenas descansos o vacaciones, sin la infancia normal que se le presupone a todo niño de siete años. Toda su vida se había transformado en alcanzar un único objetivo, ganar. Una vida de competición tras otra, de circuitos tras circuitos, de victorias tras victorias. Todo su cuerpo se había agudizado hasta convertirte en una única herramienta que trabajaba en conjunto con la maquinaria de su vehículo para convertirlo en campeón. Y ahora mismo, delante de él, a apenas una luz roja y otra verde de distancia, se encontraba el final. El título de campeón. De ganar esta carrera, el último Gran Premio de la temporada, se convertiría en vencedor absoluto del Campeonato de Formula 1 del año 2012. Años de esfuerzo al fin darían su resultado. Su padre, donde quiera que estuviera después del fatídico accidente que le costó la vida, se encontraría orgulloso de él.

La primera tanda de luces rojas se apagó y la segunda ocupó de lugar, marcando el transcurrir de un segundo. Más tarde, cuando las luces rojas se apagaran y dieran paso a las verdes, todo terminaría.  Pero para eso aún quedaba otro segundo y mientras la gota de sudor bajaba hasta la ceja izquierda de John, en el argénteo coche de su derecha, en la posición número dos, se encontraba su eterno rival. Marco Alcione, sentado en el compartimento de su monoplaza, solo tenía ojos para las luces rojas del semáforo. Estaba dispuesto a zanjar el asunto aquí, estaba dispuesto a dejar de ser el eterno segundón del campeonato de este año y recobrar el título que el novato McAdams se había dispuesto a arrebatarle este año. Marco sabía que era el mejor, que cuatro campeonatos consecutivos lo avalaban, y no estaba dispuesto a dejarse someter por las ínfulas de un chaval que acababa de llevar. Marco estaba acostumbrado a ser el rey y no iba a permitir que nadie lo destronase.

Un segundo puede durar toda una eternidad. Y para los dos pilotos que se encontraban enfrentados en la que iba a ser su última contienda, el segundo que restaba para las luces verdes duró aún más que la eternidad. Tuvieron tiempo en de echar un último vistazo a sus respectivos cuadro de mandos, de hacer una última comprobación de la telemetría, de escuchar las últimas directrices que les dieron sus ingenieros, que expectantes desde la barrera, esperaban el inicio de la carrera.
Finalmente, las luces verdes hicieron su esperada aparición y la eternidad se transformó en un mero suspiro. Los motores rugieron cuando los bólidos salieron disparados en su carrera hacia la victoria. Y la gota que recorría la frente, ceja y pestañas de John terminó su recorrido en ese mismo instante, cegando momentáneamente al piloto. Apenas unas milésimas de segundo, tiempo suficiente para que el aspirante a campeón no pudiera acelerar su monoplaza a la vez que el resto de competidores. Tiempo suficiente para hacer muy difíciles las opciones a ganar el Gran Premio.

***
Andrew Evan, como alcalde de la ciudad que acogía el Gran Premio, se acercó al podio para hacer entrega del trofeo al ganador de la carrera. Un sonriente John McAdams recogió el premio de las manos de Evan y lo alzó en alto. El alcalde se retiró nuevamente hacía uno de los laterales también sonriendo. McAdams era de un pueblo cercano a la ciudad dónde se había celebrado el Gran Premio y tener a un paisano como campeón del mundo era un gran orgullo para él y su ciudad, así como también lo era haberle entregado el trofeo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario